Los mercados no son morales

Acabo de leer un post de Jonathan Salem Baskin, un experto estadounidense en branding. No comparto todos sus argumentos, pero creo que su planteamiento es un buen punto de partida para un debate muy necesario. Lo traduzco a continuación:

Los mercados no son morales.

No sólo no son morales, tampoco son intrínsecamente eficientes, y mucho menos justos o equitativos. Los mercados no poseen una capacidad mágica para resolver los problemas que los seres humanos no pueden o no quieren resolver, y no saben más o menos que nosotros. No son malos, pero tampoco son buenos. Los mercados son agnósticos a la moral.

Los mercados no son conscientes. No tienen estados de ánimo u opiniones. No perciben, en el sentido en que los seres humanos, los insectos, e incluso las plantas lo hacen. No tienen una identidad personal ni material, ya que son construcciones artificiales no permanentes que dependen totalmente de las personas y sus acciones. Los mercados no pueden crear o iniciar nada ― no hay «soluciones de mercado» ― sólo pueden evaluar las cosas basándose en (y ajustándose a) las limitaciones de la forma en que fueron estructurados por las personas que los crean y administran. Los mercados no pueden calcular el valor o los costes que no se les suministran (por eso la economía utiliza el concepto de «externalidades», cosas reales que son totalmente invisibles para un modelo financiero u otro, como la contaminación emitida a la atmósfera).

Los aforismos y analogías sobre los mercados «libres», o que la competencia dentro de ellos evidencia la «supervivencia del más apto» no sólo son incoherentes, sino objetivamente incorrectos. La naturaleza está muy lejos de ser un estado ideal al que debemos aspirar. Los animales pasan la mayor parte de su tiempo de vigilia en busca de alimento, cuando no están evitando convertirse en comida para otros animales. Son libres de competir hasta que las reglas cambian, lo que sucede continuamente, enviando a una especie a la extinción mientras que otra encuentra un nicho mejor. Las avispas son más «aptas» cuando ponen sus huevos en orugas vivas, y las malas hierbas son «libres» para expandirse por un terreno y erradicar lo que crece allí.

Inventamos la civilización para no tener que vivir así.

Y los mercados no son libres, ya que fueron hechos por el hombre; son libres como los juegos de béisbol y las mesas de blackjack, es decir que en ellos puedes actuar libremente dentro de los límites de las normas. Nunca fueron libres en el pasado y nunca lo serán en el futuro. Por lo general, los defensores del libre mercado son ciegos o ignoran a propósito los aspectos de los mercados que les favorecen o recompensan en mayor proporción que a los demás.

No hay una «mano invisible» de puro egoísmo que impulsa a los participantes en un mercado a lograr un bien mayor del que podrían haber imaginado colectivamente. Las personas que citan a Adam Smith en este sentido van mucho más allá de lo que éste pensaba, ya que la idea surgió en un libro titulado “La riqueza de las naciones” que vino después de un libro anterior, “Teoría de los sentimientos morales”, en el que muchos creen que Smith compartió sus más importantes ideas. Smith creía que la acción humana tiene una dimensión moral significativa y que los individuos tienen la responsabilidad de cuidarse y apoyarse unos a otros; vio el mecanismo del mercado como el lugar neutral donde estos sentimientos pueden ser valorados y compartidos. También creía que los gobiernos tenían un papel serio en cualquier sociedad. Cualquier «mano invisible» era un instrumento para conseguir estos muy visibles objetivos.

¿Qué tiene esto que ver con el branding y el marketing? Francamente, plantea algunas preguntas que simplemente no puedo contestar, y eso me perturba:

  • ¿Cómo han llegado los mercados a conseguir una imagen de bondad tan absoluta? Sospecho que puede ser una consecuencia, al menos en parte, de la reputación putrefacta que consiguieron las economías planificadas por el estado. Pero la fe en los mercados se acerca al fervor religioso. Las marcas de pasta de dientes o de bebidas soñarían con una suerte así.
  • ¿Por qué estamos tan a gusto con una idea tan incómoda? Incluso cuando la realidad sugiere otra cosa, el americano medio (servidor incluido) pone su dinero y su confianza en herramientas tremendamente impredecibles. ¿Es la consecuencia de tener pocas o ninguna alternativa, o de que la esperanza supera cualquier expectativa razonable?
  • ¿Cuándo demostró un mercado que puede «arreglar» los problemas de la cosa pública? La idea que en estos días se discute, que se podría confiar al mercado un tema tan espinoso como el cuidado de la salud, es increíblemente vacía; sin embargo la gente lo recomienda en serio. De nuevo, ¿es porque no podemos concebir (o aceptar) una alternativa?
  • Siempre he defendido más verdad y claridad en las comunicaciones de marketing de las principales firmas de servicios financieros, especialmente a raíz de la persistente crisis económica mundial, pero pocas o ninguna de ellas han optado por decirnos algo diferente a las variaciones del tema «por qué preocuparse, confíe en nosotros», que funcionó bien durante el último medio siglo. Tal vez es porque saben que los consumidores tienen una predisposición insensata, casi genética, a tener fe en las premisas del mercado … no sólo como potenciales inversores, sino fe en que que los mercados son mecanismos para resolver las cuestiones de política pública que no podemos o no queremos solucionar.

    Si tienen razón, estamos muy, muy equivocados. Los mercados no son morales. Sólo nostros podemos serlo.

    Post original: http://www.dimbulb.net/my_weblog/2011/06/markets-arent-moral.html

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